
No estaba muy convencido, el trayecto sin ser muy largo sí que podía tener inconvenientes, y las reacciones de Cristina a veces son imprevisibles. Así que le pregunté qué pensaba: -"¿Cristina vamos en autobús a casa de la abuela?" Rápidamente me contestó: -"¡Sí!" Le volví a preguntar: -"¿Te portarás bien?" Su respuesta volvió a ser inmediata: -"¡Sí, bien!"
Leyre tampoco estaba convencida pero al final nos decidimos, y con el mismo espíritu con el que Miguel Strogoff se lanzó a atravesar la estepa rusa, nosotros nos lanzamos a atravesar Pamplona e intentar llegar a nuestro destino fuese como fuese.
Llegó el autobús y nos montamos. Al principio, Cristina se quiso poner al final del todo, luego en medio, por último, encontró su sitio ideal en el asiento justo detrás del conductor.
El viaje de media hora resultó bastante tranquilo y sin contratiempos. Algunos intentos infructuosos por parte de Cristina por llamar la atención del conductor, que por supuesto no le hizo el menor caso.
Lo que parecía una gran aventura, no pasó de ser un mero trayecto en autobús urbano. Ni Julio Verne podría basarse en ella para escribir alguno de sus famosos relatos.
Aunque este viaje bien puede ser el origen de nuevos retos; porque yo espero grandes cosas de Cristina pero de momento empezaremos por las pequeñas.