
Este sábado hemos estado en casa de mis padres.
Como siempre que vamos, Cristina empieza una especie de diálogo con mi madre: - “¡Abuela, quiero sopa!”. - “¿Quieres sopa?”, contesta mi madre, haciéndose la sorprendida. La única respuesta de Cristina es ir directamente a la cocina y quedarse sentada a la mesa, esperando que le sirvan la sopa. Mi madre le explica que no tiene su sopa preparada porque no le habíamos anunciado nuestra visita, pero empieza rebuscar por la cocina. - “Cristina, me parece que hoy sólo puede ser de Starlux...”. Esto no parece importarle a Cristina, porque no manifiesta el menor interés en los ingredientes que deba llevar su sopa. -“¿Quieres sopa de fideos o de letras?”, le pregunta mi madre a la vez que le muestra las dos posibilidades. Esto sí que le interesa Cristina porque por un momento vuelve del lugar incierto y lejano en el parecía estar: -“¡De letras!”. Así que la abuela se pone al trabajo de hacer la sopa de inmediato. Cristina la vigila y de vez en cuando se acerca para levantar la tapa de la cazuela y ver cómo va su sopa. Por fin, su sopa está servida y ella empieza a zamparse plato tras plato. De vez en cuando, entre cucharada y cucharada, acierta a decir: “¡Qué rica!”. Cuando ya parece que se ha saciado, sin mirar a nadie y sin pronunciar un triste “gracias”, se levanta de la mesa y abandona la cocina. Quizás más tarde se vuelva a acordar de la sopa y vuelva a la cocina para mirar si ha sobrado algo...